La primera estampilla alusiva a Matanzas

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Por: Grigory Martín Martínez

Con esta estampilla que escenifica el Combate de Coliseo se inicia la aparición de sellos cubanos que hace referencia de alguna manera a Matanzas. Este sello verde del año 1933 se presenta en la serie que conmemora la invasión de Oriente a Occidente realizada por el Ejército Libertador.

Martínez Campos se decidió a operar personalmente contra la insurrección y lo hizo con el mayor número posible de elementos tácticos, para consolidar la victoria. Ignorado el día 23 lo ocurrido en el pueblo del Roque y fijándose únicamente en el rumbo que podía llevar la invasión en la tarde del día anterior, Martínez Campos dictó las órdenes necesarias para que concurrieran otras columnas, señalándoles como punto de reunión el Cuartel General de Jovellanos. Sin conocer Maceo la situación de Gómez, y algo inquieto por la carencia de noticias, montó a caballo para indagar con exactitud el rumbo del General. Antes del mediodía, los dos se reunieron en las cercanías de Coliseo.

Con anterioridad Maceo había atravesado la línea férrea de Jovellanos a Cárdenas, y dirigiéndose después sobre la línea de Matanzas la cruzó sin hostilidad, en el trayecto comprendido entre las estaciones de Tosca y Madan, en los momentos en que Martínez Campos salía de Jovellanos. Gómez, por su parte, emprendió una marcha forzada hacia el Norte, encontró las huellas de Maceo y acortó entonces la distancia por el camino más recto, aunque no el menos peligroso, puesto que podía ser flanqueado por la vanguardia de Martínez que arreglaba la vía ferroviaria de Jovellanos.

Únicamente, ya en marcha para Coliseo se supo que Martínez Campos se disponía a salir de Jovellanos con rumbo a Limonar, para situarse frente a la vanguardia mambisa. Cuando se le notificó esta información a Maceo, Martínez Campos seguía por el rastro de la caña quemada, porque supo que debido a la candela interrumpió la vía y su telégrafo no funcionaba ya que sus aparatos habían volado junto con las estaciones del ferrocarril. La vanguardia mambisa dio vista, a eso de las tres de la tarde, al pueblo de Coliseo, y al avanzar sobre el caserío para intimidar la rendición, sonaron algunos tiros disparados por el destacamento que lo guarnecía, por lo que Maceo dispuso de un ataque, incendió una gran parte del pueblo y la estación del ferrocarril. Los defensores hicieron débil resistencia. Mientras tanto asomaron grupos enemigos por la retaguardia mambisa, los cuales se extendieron por una sabana contigua a los cañaverales del ingenio Audaz, todavía intactos. Maceo en las inmediaciones del caserío, estaba atareado en hacer salir a su gente, pero con escasas tropas por haber reforzado las líneas de vanguardia. Al mismo tiempo, un campesino avisó a Gómez que numerosas fuerzas españolas se dirigían a Coliseo. Gómez despachó un ayudante para decirle a Maceo que era conveniente retroceder, y entretanto ordenó a la retaguardia que ocupara los muros del ingenio mientras él marchaba de flanco sobre el enemigo, que empezaba a desplegarse.

Maceo acudió con solo algunos jinetes y parte de su escolta al sitio donde se hallaba Gómez, para manifestarle que no era posible trabar combate serio a causa de la confusión que reinaba dentro del poblado. Mientras tanto los españoles rompieron el fuego contra la caballería que iba a ocupar el baluarte del Audaz y sobre los grupos que se destacaban por el frente de la sabana, entre los cuales se encontraban Gómez y Maceo. La primera descarga fue estrepitosa. Para el efecto se enviaron órdenes al brigadier Tamayo, al coronel Zayas y otros oficiales que se hallaban aún dentro del caserío, para que ocuparan con la caballería la posición más adecuada a la izquierda de Coliseo, y que la infantería se apostara en las aceras contiguas; estos se lanzaron por el frente del enemigo con un centenar de jinetes, viéndose obligados a ponerse en cobro, no sin sufrir el quebranto al querer romper una de las líneas más sólidas de la infantería enemiga. El caballo que montaba Maceo, rodó muerto a balazos; fueron heridos algunos oficiales al pie del General, entre ellos, el auditor de guerra Francisco Frexes, y la rociada de plomo alcanzó también a los escuadrones de retaguardia que se apoderaban en aquellos momentos de los muros del Audaz. Esta fase de la acción, la única violenta, sólo duró diez minutos.

Corriéndose Gómez por la izquierda, mientras Maceo, cambiaba de caballo, logró empujar la impedimenta hacia adelante y ponerla a resguardo de los proyectiles, por el camino real de Coliseo que cruza por el pie de unas lomas.

Quedó únicamente la retaguardia mambisa, sosteniéndose en el ingenio Audaz, que no había oído el toque de retirada y continuaba firme en su puesto. Al Maceo ver comprometida la situación de sus escuadrones, sobre quienes toda la columna española dirigiría el ataque, mandó a escape cuatro oficiales, uno tras otro, para que alguno llegara vivo y pudiera trasmitir la orden de retirada. Llegaron ilesos. Eran las cuatro de la tarde. Un grupo de los nuestros contuvo el avance que iniciaban los españoles sobre nuestra retaguardia, al dejar estos los muros del Audaz. No hubo más tiros. A corta distancia de Coliseo la tropa cubana esperó a los españoles hasta el crepúsculo de la noche, en que emprendieron la marcha para Sumidero, y que también sufrió los estragos del combustible. Esto fue todo lo ocurrido en Coliseo.

 

Para los cubanos fue solo una escaramuza, algo empeñada en los primeros momentos, sin merecer el nombre de acción formal: para Martínez Campos fue una derrota completa, decisiva, irreparable por que no halló modo de ir al desquite, aún cuando haya declarado, que él quedó dueño del campo. Sí, pero de un campo que era un montón de ruinas humeantes. Martínez Campos abandonó el ejército sin saberse por qué causa y cuando el adversario se dispone para el desquite, le sorprende que el supuesto vencedor se fuera a la capital por la vía más rápida en solicitud de laureles políticos. En vez de continuar al frente del ejército para conducirlo a la victoria, se embarcó precipitadamente, y ofrece al país, el espectáculo risible de una mojiganga nacional en la que figuraban los tres partidos legales. En presencia de tan rara conducta, los hombres serios del partido español pudieron ya prever el triste resultado de la campaña de Cuba y formar exacto juicio sobre las virtudes militares de un General en Jefe que dejaba la vida ruda del soldado por la frívola y bullanguera del histrión político. Su última salida, sobre todo, no tenía otro aspecto que el de una evasión enfrente del adversario. Casi simultáneamente con sólo 24 horas de diferencia, había expedido al gobierno de Madrid dos notas telegráficas que daban la clave de su anómala conducta, y eran a la vez confesión de su fracaso en la campaña y de su derrota en los campos de Coliseo.

De dos maneras distintas confesaba Martínez Campos su derrota: declaró ante la muchedumbre que no había conseguido el propósito que le llevó a dirigir personalmente las operaciones en Matanzas, y notificó al Ministro de la Guerra que se situaba en la capital para dirigir desde allí la campaña; de suerte que no solamente había perdido la oportunidad de batir a los insurrectos, sino que la invasión amenazaba ya la provincia de la Habana.

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2 comentarios

  1. Gregory en este artículo reseñó con objetividad este evento referido al primer sello alusivo a Matanzas, dando posibilidad al desarrollo del seguimiento de está temática. Matanzas se ha reflejado en varias series y constituye una localidad de gran interés, gracias

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