
A finales del siglo XIX, La Habana fue testigo del auge de la filatelia, reuniendo a comerciantes y políglotas apasionados por la historia y el coleccionismo de sellos. En este contexto, se fundó la Sociedad Filatélica Cubana, la primera asociación dedicada a esta afición en el país. Entre sus miembros más destacados se encontraba Miguel Lázaro Fuentes, reconocido comerciante y administrador de la revista El Curioso Americano, además de desempeñar esa misma labor en la revista de la Sociedad Filatélica Cubana. Su reputación se cimentaba en su probada honestidad, especializándose en la comercialización de sellos cubanos del período colonial, tanto por correspondencia como en su tienda física en La Habana.
Durante este período, Miguel Lázaro estableció contacto con Francisco Parras, quien era administrador de correos en Puerto Príncipe (actual Camagüey) durante la dominación española y continuó en el cargo durante la intervención estadounidense. Parras ideó una estrategia para habilitar sellos del período colonial, sobrecargándolos con nuevas denominaciones en centavos, adaptándolos así al sistema monetario vigente. La idea inicial de crear una emisión, innecesaria por demás, cuya corta tirada permitiera la especulación en el mercado internacional, en aumento día tras día.
Las sucesivas tiradas realizadas entre finales de 1898 y comienzos de 1899 fueron comercializadas directamente por Parras, y parte de ellas fue legada a Miguel Lázaro, quien la distribuyó entre su nutrida lista de clientes. Parras, de manera astuta, despachó la mayoría de la correspondencia a clientes y amigos, dando legitimidad a la emisión, algo sumamente necesario para una emisión totalmente especulativa.
Meses después, una vez agotadas las emisiones originales, Parras, sin el consentimiento ni conocimiento de Miguel Lázaro, procedió a hacer varias tiradas con la intención de hacerlas pasar por las originales. Sin embargo, los dados de la habilitación original ya habían sido deshechos, por lo que, tomando como referencia los mismos tipos, confeccionó nuevos conjuntos sin tener en cuenta el espaciado de las letras ni la disposición de las mismas en relación con los valores.
Miguel Lázaro constató que había irregularidades en los nuevos sellos que le había enviado a comercializar y, al descubrirlas, procedió primero a marcar los que aún conservaba con su marquilla de expertización.
Se supone que la comparación de las líneas de ambos conjuntos la realizó sobre la base de las pruebas de la emisión realizadas en papel verde y notó que se trataba de dos emisiones diferentes. No dudó en denunciar el hecho, publicando el resultado en diversas revistas internacionales.
Posteriormente, Carlos Echenagusía García, académico de número de la Real Academia Hispánica de Filatelia e Historia Postal, publicó el estudio más completo y definitivo que se conoce de la emisión.
La colaboración y las interacciones entre Lázaro y Parras reflejan la compleja dinámica de la filatelia cubana en una época de cambios políticos y sociales. Mientras Lázaro se esforzaba por mantener la integridad y autenticidad en la comercialización de sellos, Parras navegaba entre la necesidad de adaptación y las oportunidades que ofrecía un mercado filatélico en crecimiento. Estas figuras, con sus acciones y decisiones, dejaron una huella indeleble en la historia postal de Cuba, contribuyendo al desarrollo y consolidación de la filatelia en la isla.