El uso del correo como medio para enviar amenazas ha sido una práctica documentada desde hace siglos, y uno de los métodos más inquietantes y simbólicos ha sido el envío de cápsulas de revólver: pequeñas, silenciosas, pero cargadas de mensaje.
Una cápsula detonante, aunque inofensiva por sí sola, representa la promesa de un disparo. Su sola presencia dentro de una carta advierte, sin necesidad de palabras, que hay un arma esperando y alguien dispuesto a usarla. Esta forma de amenaza postal ha sido utilizada en contextos personales, políticos y criminales, especialmente durante épocas de fuerte polarización o violencia social.
Un símbolo silencioso de violencia
Durante los siglos XIX y XX, las cápsulas podían enviarse sin gran dificultad por correo ordinario. Su tamaño reducido permitía esconderlas en sobres aparentemente inofensivos. La intención no era causar daño físico inmediato, sino psicológico: una forma de amedrentar, intimidar o advertir, muchas veces en anonimato.
Desde el punto de vista jurídico y policial, el envío de una cápsula de revólver podía considerarse una amenaza grave o tentativa de coacción, dependiendo del contexto. En algunos países, fue tratada como prueba en juicios por intimidación o extorsión. Aunque no siempre era posible identificar al remitente, este tipo de amenaza generaba investigaciones serias, sobre todo cuando estaban dirigidas a figuras públicas o funcionarios.
El envío de cápsulas de revólver por carta como forma de amenaza: una práctica oscura y silenciosa
En la historia de la correspondencia, existen episodios que trascienden el simple acto de enviar un mensaje para convertirse en vehículos de advertencias veladas, intimidaciones o incluso amenazas directas. Entre estas formas inusuales pero documentadas de comunicación amenazante, destaca el envío de cápsulas de revólver —también conocidas como fulminantes o cartuchos— en el interior de una carta.
Esta práctica, aunque marginal y evidentemente ilícita, ha sido utilizada como una forma simbólica de advertencia. Su contenido no requiere palabras: una simple cápsula de revólver, acompañada o no de una nota, transmite con crudeza la intención del remitente. El mensaje es claro: «puedo hacer daño», o peor aún, «ya estoy preparado para hacerlo».
El carácter amenazante de estas misivas se apoya en la fuerte carga simbólica del objeto. La cápsula representa la violencia latente, la inminencia del disparo, el poder de provocar muerte o herida. Por ello, no es de extrañar que haya sido empleada en contextos de extorsión, disputas personales o políticas, o como método de intimidación en escenarios donde el enfrentamiento directo no era posible o deseado.
Casos documentados en distintos países dan cuenta de cartas que contenían una cápsula suelta, en ocasiones acompañada de mensajes escuetos o anónimos. En algunos contextos del siglo XIX y principios del XX, especialmente durante periodos de inestabilidad política o conflictos locales, estos envíos no eran raros. En otros casos, servían como advertencias personales en disputas de honor, conflictos amorosos o rivalidades comerciales.
Las autoridades postales, por su parte, siempre han considerado este tipo de correspondencia como una violación de las normas del servicio postal, no solo por el contenido prohibido, sino también por el potencial riesgo que implica para los trabajadores postales. En muchos países, abrir una carta y encontrar en su interior una cápsula suponía la activación inmediata de mecanismos de seguridad y la remisión del caso a las autoridades correspondientes.
En el ámbito filatélico o del coleccionismo postal, las cartas con este tipo de contenido —si han sobrevivido al paso del tiempo y a la censura postal— constituyen testimonios singulares, oscuros y, sin duda, inquietantes de cómo la violencia puede también transmitirse entre líneas de tinta… o dentro de un sobre cerrado.
El testimonio postal
Esta oscura historia rara vez sobrevive en el tiempo, pero en algún caso puntual, ocurre. El sobre que mostramos, sin remitente, es una carta ordinaria expedida de Matanzas a La Habana en diciembre de 1908. Se despachó por ferrocarril y recibió la marca “HABANA Y COLÓN. AMBULANTE”. Fue detenida por el servicio postal que detectó una cápsula de revólver en su interior y anotó: “ESTO NO SE PUEDE MANDAR POR CORREO POR CONTENER UNA CÁPSULA DE REVÓLVER”. Se abrió, se sustrajo la bala, se selló con un sello de «Sellado Oficial de 1902» y se anotó al reverso: “SIN CURSO”.
¿Quien era Luis Aguirre y Co.?
El destinatario, Sr. Luis Aguirre y Co., con domicilio comercial en la calle Mercaderes, inicialmente no nos dice mucho. Sin embargo, al revisar los registros comerciales, es posible conocer que era una firma establecida en La Habana a principios del siglo XX, ubicada en la calle Mercader número 19. Según el estudio «Basques in Cuba», esta empresa se dedicaba a la importación de armas y municiones, formando parte de una red de comerciantes vascos que operaban en Cuba durante esa época.
La presencia de esta firma en el ámbito comercial de La Habana sugiere que tenía un papel relevante en el suministro de artículos relacionados con la defensa y la caza, sectores que experimentaban demanda tanto por parte de particulares como de instituciones en la isla.
Aunque desconocemos si era una “muestra comercial” o una amenaza de muerte clara y concreta por algún asunto cuyo tema no ha sobrevivido hasta el momento, la ausencia de remitente hace pensar que lo más probable era una amenaza de muerte por parte de un enemigo anónimo.